martes, 19 de agosto de 2008

Una pequeña presentación

















Mi nombre es Anastasia Nikoláyevna Romanov.
Fui la hija menor del último zar de la Rusia Imperial, Nicolas II y de la Zarina Alejandra.
Tuve otras tres hermanas, Olga, Tatiana y María, y un hermano más pequeño que yo, Alexis.
Mi nacimiento, que ocurrió el 18 de junio de 1901 en Peterhof , fue una decepción para todos, pues esperaban un niño.
Dicen que mi padre no fue a verme tras mi nacimiento, si no que se fue a dar un largo paseo para que la decepción se evaporara.
Gracias a mi nacimiento, mi padre liberó a unos estudiantes que habían causado unos disturbios
Pese a que mi padre era el hombre más rico del mundo y a que éramos de una familia imperial, se nos educó de forma muy austera.
Nosotros no dormíamos en unas muñidas camas con infinidad de cojines, sino en duros catres plegables y ni tan siquiera teníamos almohadas, salvo cuando estábamos enfermas.
Tampoco sabíamos que era el agua caliente, pues cada mañana, obligatoriamente, nos duchábamos con agua fría.
De nosotras se esperaba que mantuviéramos los cuartos limpios y ordenados.
Cuando no teníamos otras tareas que hacer, nos dedicábamos a hacer costura para venderla y el dinero era para los actos de caridad.
Tampoco penséis que los criados y las demás personas que vivían con nosotros nos llamaban todo el día Su Alteza Imperial, pues no lo hacían nunca.
A mi me llamaban por alguno de estos nombres
Anastasia Nikoláyevna , Anastasie (es la versión francesa), Nastia, Nastas, Nastenka (que no me
acuerdo que significan), Malenkaya (significa la más joven)y shvibzik (diablillo o duende, apodo que me gane a pulso por mis muchas travesuras que trajeron de cabeza a todos).
Pero que desconsideración la mía al no haberos dicho como era.
Yo era pequeña y rechoncha, con los ojos azules tan característicos de mi familia y con el pelo rojo tirando a rubio (no entiendo esa tendencia de ponerme el pelo rojo fuego).
Yo era alguien de gran talento y brillante (no es que sea orgullosa, es que todos lo decían), no podía asimilar las horas de estudio. Que queréis, me aburrían las clases y prefería trepara los árboles y no podía estarme quieta (para desgracia de todos los que me rodeaban).
Pero curiosamente, me encantaba dibujar.
También era una gran actriz (las imitaciones eran mi especialidad) y mis comentarios agudos e ingeniosos solían molestar a la gente y hería su sensibilidad.
Todos pensaban que mi comportamiento rozaba lo inaceptable.
Yo era la causante de las mayoría de las travesuras.
Trataba de engañar a los criados y bromeaba con mis tutores.
Mi aspecto me preocupaba más bien nada.
Con solo diez años, comía bombones de chocolate con los guantes de la ópera.
Eso puede parecer una tontería, pero por aquel entonces, tener la ropa limpia era muy importante.
Se me a olvidado comentar una cosa de mi cuarto: Yo lo compartía con María (nos llamaban la pequeña pareja. Olga y Tatiana también compartían cuarto y les llamaban la pareja mayor)
Pese a las diferencias de edad, las cuatro nos llevábamos muy bien.
Las cartas las solíamos firmar con el acrónimo de OTMA (Olga, Tatiana, María y Anastasia).
Y volviendo a mi, he de deciros que pese a mi vitalidad, mi salud dejaba algo que desear.
Tenía problemas de espalda, lo que hacia que necesitara un masaje dos veces por semana, algo que odiaba y trataba de evitar escondiéndome debajo de los armarios y las camas.
Para mí eran unos masajes muy dolorosos.
También tenía los dedos gordos deformados.
Mi tía Olga pensaba que nosotras sangrábamos más que el resto de la gente normal y además creía que éramos portadoras de la hemofília.
Pasemos a otros hechos.
A los de la Primera Guerra Mundial, antes de la Revolución Rusa que destruiría a mi familia.
Durante esa guerra, María y yo visitábamos a los heridos de guerra en los hospitales.
Éramos demasiado pequeñas para ser enfermeras, como Olga y Tatiana, pero nos gustaba jugar con los soldados para levantarles el ánimo.
Y en 1917, estalló la Revolución.
Podríamos haber escapado, pero todos estábamos muy enfermos.
Habíamos pillado el sarampión.
Puede que ahora no sea una enfermedad mortal pero por aquel entonces si lo era.
Estuvimos bajo arresto domiciliado en el palacio de Alejandro, una vez que mi padre abdicó.
Yo lo pasé francamente mal.
Cuando llegamos a Tobolsk, mi madre hizo que nos escondiéramos las joyas en nuestros vestidos, labor inútil, pues los soldados nos registraron cuando íbamos a bordo del Rus.
Fue algo muy humillante.
Lloramos y gritamos de miedo y nadie pudo ayudarnos.
Mientras estábamos cautivos en Ekatekimburgo, intenté hacer la vida de todos más fácil, organizando juegos que nos hicieron un poco más felices.
Uno de mis mejores recuerdos de aquella época fue cuando una tarde me columpié en un columpio.
Gracias a mi carácter, muchos guardias pensaban que yo era un diablillo encantador.
Solo los que más odio nos tenían, pensaban que yo era altamente peligrosa para la moral de todos.
Os preguntareis que pensábamos que nos iba a suceder.
Nunca pensábamos que nos iban a hacer eso, todos pensábamos que nos iba a exiliar en Inglaterra, donde teníamos parientes.
¡Qué equivocados estábamos!
Y llegó la madrugada del 17 de julio de 1918, nos despertaron.
Eran las dos o las tres de la mañana nos despertaron y nos ordenaron que nos vistiéramos.
Nos dijeron que nos iban a trasladar por los disturbios que había cerca.
Para mayor seguridad, nos bajaron al sótano.
Y nos iban a hacer una foto de recuerdo.
Cuando por fin se dignaron a atendernos, nos leyeron una carta donde decía que se nos condenaba a muerte.
Mi padre no lo podía creer.
“¿Qué?” dijo mi padre mientras se giraba hacia nosotros.
No pudo decir o hacer nada más.
Yurovski le pegó un tiro en la cabeza.
Mi madre y Olga, tras ver eso, tratan de hacer la señal de la cruz, pero antes de que acaben, caen muertas con un tiro cada una en la cabeza.
Entonces, empezó la primera ráfaga de tiros.
Mueren el doctor Botkin, el cocinero Iván Jaritonov y Trupp, un lacayo.
Por suerte, o más bien por desgracias, las joyas que teníamos cosidas en los corsés, mantuvieron con vida a mi hermana Tatiana y a mi.
También estaba vivo mi hermano Alexis y la doncella Ana Demídova y mi hermana María, que no tenía joyas.
María y yo nos acurrucamos llorando en un rincón, con las manos en la cabeza.
No nos dispararón, pero nos rematarón a bayonetazos.
A mi perro Jimmy, que también estaba allí, lo mataron destrozándole el cráneo con la culata de una de las bayonetas.
A Ana también la rematarón a bayonetazo limpio, pues la almohada llena de joyas que tenía, la protegía.
A mi hermano le pegarón un tiro en el oído.
Incluso horas despues, se vió que todos no estábamos muertos.
Y de nuevo los remates, pero esta vez con golpes en la cabeza a los que se daban cuenta de que estában vivos.
Durante varias horas nuestros cuerpos permanecieron en el sótano y más tarde, el camión se haberío durante tres horas.
Dicen que yo sobreviví a esa masacre.
Pero también se dice que mi cuerpo se encontró en 1991, pero os voy a dar un dato curioso: 6 meses antes de mi supuesta muerte, yo medía 1, 57 centímetros y sin embargo, en mi ataúd hay alguien de 1,69 centímetros.
Se que se ha dicho que se han encontrado los huesos de las dos personas que faltaban, pero la sorpresa esta en que se han encontrado muy pocos huesos, y su explicación de como encontrarón la tumba, es algo estraña, fue gracias a unos documentos desclasificados de nuestro verdugo.
¿Qué por qué es extraño? Porque la persona que encontró la primera tumba, Vlatsheslav Popov, dijo que se habían usado todos los documentos de Yudoski.
Dejemos si sobreviví y todas las personas que dijerón ser yo para otro día, ya os contare todo lo que se, y lo que en algunos casos me pude reír.